Nació en el seno de una de las familias de la flor y nata aragonesa, los Lizana, hermana de Marco Ferriz, de Marquesa y de Rodrigo de Lizana, uno de los nobles más influyentes en la corte aragonesa, hasta su muerte en combate junto al rey Pedro II en Muret. La primera aparición suya que conocemos es del 1 de abril de 1203, ya como priora del monasterio de Sijena. De su vida anterior no tenemos ningún dato. Si, como parece lógico, era hija de Ferriz de Huesca, en esas fechas debía de tener más de cuarenta años y posiblemente ingresaría en el mencionado monasterio poco después de que fuera fundado por la reina Sancha, esposa de Alfonso II de Aragón, como lo hicieron otras mujeres del estamento nobiliario cercanas a la reina Sancha. La habían precedido en el cargo Sancha de Abiego, Beatriz de Cabrera y María de Estopiñán.
Fue la última de las prioras que coincidió en el tiempo con la monarca fundadora, y por lo tanto la última que llegó a ocupar el cargo de priora por nombramiento directo de la reina. El primer documento que hemos mencionado es, precisamente, una carta que le dirige la reina Sancha —que en esas fechas había profesado y residía a temporadas enel monasterio de Sijena— para comunicarle que ha donado, con licencia de la priora, varios huertos y casas al Concejo de Huesca para ayudar en la construcción del monasterio de Santa María de la Huerta o de Salas, que ella había comenzado y de la cual se había hecho cargo la citada institución. Además, la reina advierte a la priora Ozenda de Lizana de que va a permanecer un tiempo más en Huesca porque está preocupada por la salud de doña Heche —posiblemente Heche de Soteras, una de las primeras dueñas ingresadas en Sigena—, pues los médicos dicen que corre peligro, y por lo tanto quiere permanecer junto a ella hasta que salga de la gravedad de su enfermedad. Añade que cuando vaya a Sijena lo hará acompañada de varias damas que quieren profesar en el monasterio.
Como priora, debía recibir a aquellas que querían ingresar en el monasterio; así, Ozenda está presente cuando en marzo de 1206 María, viuda de Pedro Novales, entrega a sus dos hijas, Toda y Estefanía, para que tomen el hábito de San Juan de Jerusalén y dona como dote una heredad en Huesca llamada Las Montellas más la doceava parte que tiene en el molino de Lapetra en el río Flumen. O al año siguiente, cuando Guillerma, esposa de Pedro Folch, con el consentimiento de su marido, solicita ingresar en el monasterio y aporta como dote un censo anual de 15 sueldos, pagaderos en enero, que tiene en unas casas en Lérida que le habían sido dadas por su madre, Ermengarda, como ajuar. En la primavera de 1208 se debió de celebrar la dedicación de la iglesia de Sijena, a la que asistieron tres reinas —la reina viuda Sancha; María, reina de Aragón, mujer de Pedro II, y Constanza, reina de Sicilia, hija de la reina Sancha y hermana de Pedro II— junto con familiares y otros invitados. Sancha, la reina viuda, escribe a Ozenda para comunicarle su asistencia, añadiendo además que ha recibido noticias del gran maestre de su orden y que le manda un maestro de obras para la iglesia, y le aconseja que lo haga trabajar mientras el tiempo sea bueno
Los primeros años de su mandato estuvieron marcados por una fuerte crisis económica para el monasterio, puesto que tras el fallecimiento de Sancha de Castilla, su máxima benefactora, la comunidad hubo de hacer frente a diversos gastos relacionados con la construcción del monasterio. Esto marcó la política llevada a cabo por Osenda, quien buscó ampliar el patrimonio territorial primitivo del monasterio a lo largo del Alcanadre y del Flumen. En segundo lugar, quería penetrar en los Monegros, que le aseguraban una buena tierra de labor una vez roturada, y magníficos pastos y bosques, en aquel entonces. En tercer lugar, aspiró consolidar y agrandar las posesiones de las ciudades y núcleos periféricos del Somontano oscense, bien a base de donaciones bien mediante compras, si aquéllas faltaban. Y, en cuarto lugar, propagó las ventajas espirituales que era capaz de proporcionar el monasterio para que, ganados los espíritus de los fieles, pudiera redundar esto no sólo en el terreno espiritual y religioso para los hombres, sino también en el espiritual y material para el monasterio.
En este sentido Pedro II tuvo un destacado papel en la recuperación económica de Sijena, puesto que en 1208 confirmó todas las donaciones hechas por sus progenitores. También entregó el castillo de Siurana hasta haber satisfecho la cantidad de 3.500 aureos y un tiempo después entregó a la priora, Osenda de Lizana, la villa de Lanaja a cambio de que se comprometiera a no reclamar las donaciones anteriores y la localidad de Ballobar en pago del dinero que el monasterio de Sijena le había prestado. Posesiones que se vieron incrementadas gracias a las donaciones de miembros de la nobleza como Bernardo Gistau, Adam de Pomar o Rodrigo de Lizana, hermano de la priora.
Simultáneamente Pedro II mostró su apoyo al monasterio de otras formas. En 1202 eximió al castellán de Amposta y a la Orden del Hospital de la obligación de responder por las deudas de Sijena, lo que a efectos prácticos se convertía en un alejamiento de las posibles intromisiones del castellán sobre el monasterio y su gobierno. Y en su testamento eligió Sijena como lugar de descanso eterno, cláusula que se cumpliría tras su muerte en la batalla de Muret en 1413, puesto que sería enterrado en los terrenos del monasterio junto a un grupo de caballeros que fallecieron junto a él, como Rodrigo de Lizana.
El monasterio sijenense también funcionaba entonces como archivo real; de ahí que Ozenda, como priora, recibiera en custodia cuatro cartas relacionadas con la dote y los esponsales de doña Constanza, hermana del rey Pedro II y reina de Sicilia por su segundo matrimonio. Emplazamiento en el que Jaime I, hijo de Pedro II, decidió dejar en custodia las insignias de la coronación de su padre, entregadas a este por el papa de Roma, con la promesa de Osenda de devolvérselas cuando el monarca lo solicitase.
Parece que Osenda ostentó el cargo de priora durante algo más de una veintena de años, puesto que en enero de 1226 había muerto ya. Seguramente durante su mandato se realizarían las maravillosas pinturas murales de la sala capitular del monasterio, de las que se pueden contemplar notables restos —los que quedaron tras el incendio de 1936— en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC).
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